Se puso las botas y el chubasquero.
Llevaba casi todo el mes de noviembre lloviendo y aquella mañana no había sido
una excepción. Se montó en el coche y se dirigieron él y su familia hacia el
valle de C. Su padre conducía muy lento y sonaba de fondo una ópera muy rara. Mientras
tanto sus hermanos discutían por una botella de agua. Sin saber qué hacer ni
qué decir se puso a mirar por la ventana. Y se aislaba porque no soportaba
discutir con ellos a pesar de que lo hiciera casi todos los días. Observaba las
nubes, los árboles, la carretera y las señales de tráfico. Llamaba casi todo su
atención y la de sus hermanos que discutían esta vez por su ventanilla.
Cuando por fin llegaron a su destino
terminaron las discusiones. Salieron todos del coche y acabaron con las
disputas. Lo primero que hizo fue buscar un palo que le sirviera de bastón. Lo
encontró en seguida y lo adoptó como su muleta.
Le acompañaría todo el camino su varita
mágica. La que producía nuevas y maravillosas estelas en el aire. La que
cambiaba de color los setos. Divertida raqueta y bate de béisbol. El arma y
poderosa espada que le protegería en caso de peligro. Era necesario un palo y
lo sabían muy bien él y sus hermanos. Cuando se hicieron cada cual con el suyo,
empezaron a subir el monte.
Caminaron sin descanso a través de oscuros
senderos. El suelo estaba lleno de barro y de hojas muertas. Su padre iba por
delante y les indicaba el camino. Cuando llevaban una hora de ascenso, de
repente, se habían esfumado todos.
Se había quedado solo.
Entonces, una sensación de horrible
angustia recorrió su cuerpo. Una nube de mosquitos le asediaba desde hacía
cuatro minutos. Soplaba un viento helado que azotaba su sofocado rostro. La
sensación era incómoda y contradictoria. A cada paso le arañaban muchos más
árboles. Le atrapaban con sus garras de madera y le obligaban a retroceder.
Sus piernas le fallaban y estaba a punto de desfallecer cuando de pronto,
escuchó un alarido.
-
¡Eureka!
Estaba claro. Su padre había llegado a la
cumbre y su voz la escuchaba a muy poca distancia. No se había perdido,
simplemente se había desorientado un poco. Aceleró el paso y encontró de nuevo
el camino entre unos matorrales. Al fondo del camino había una esperanzadora
curva llena de luz. Con paso firme y decidido llegó hasta la curva. Se
introdujo en la pantalla de luz blanca que formaban las nubes del cielo y al
otro lado aparecieron sus hermanos y su padre. Habían dejado sus mochilas entre las
rocas. Tocaban la cruz de hierro de una cima escarpada y el viento hacía vibrar
sus ropas y su pelo.
Escribieron una nota y la introdujeron en
el buzón de aquella cima. Almorzaron y se largaron por donde habían llegado. El
camino de descenso lo hizo el chico sin despegarse de su familia. El suelo estaba lleno de barro y sus zancadas se clavaban cada vez más superficialmente. Y superficialmente
se iba elevando cada vez más. Se había formado una plataforma de barro en sus
botas. Le pesaban los pies cuatro kilos por lo menos. Sus hermanos y su
padre también cargaban con barro en sus botas.
Con una suela de barro de unos siete centímetros
de grosor.
…